Hugo Chávez fue un personaje de carne y hueso sacado de la más fantasiosa
novela de Gabriel García Márquez. Niño pobre de Sabaneta (capital del estado de
Barinas) que juró no traicionar su infancia de escasez y precariedad, aprendió
desde muy pronto a sembrar y vender golosinas. Hijo de maestros de primaria que
creció con su abuela Rosa Inés y otros dos de sus hermanos, vivió en una casa
de palma, con pared y piso de tierra, que se inundaba con la lluvia. Menor que
soñaba con ser pintor y que traía en el alma la fantasía de jugar béisbol en
las Grandes Ligas, se nutrió toda su vida de sus orígenes humildes.
De la mano de su
abuela, a la que llamaba Mamá Rosa, aprendió a leer y escribir antes de entrar
a primer grado. Al lado de ella supo de las injusticias de este mundo y conoció
la estrechez económica y el dolor, pero también la solidaridad. De los labios
de ella, extraordinaria narradora, recibió sus primeras lecciones de historia
patria, mezclada con leyendas familiares.
El niño Hugo Chávez
viajó por el mundo a través de las ilustraciones y las historias que leyó en
cuatro tomos grandes y gruesos de la Enciclopedia Autodidacta Quillet, obsequio
de su padre. En sexto grado fue escogido para dar un discurso al obispo
González Ramírez, el primero en llegar a su pueblo. Desde entonces le encontró
el gusto a hablar en público y a los demás el interés por escucharlo.
Su ídolo fue Isaías
Látigo Chávez, pítcher en las Grandes Ligas. Nunca lo vio, pero lo imaginaba al
escuchar los partidos en la radio. El día que su héroe murió en un accidente de
aviación, al joven Hugo, de 14 años de edad, se le vino el mundo encima.
Para ser como el
Látigo, el muchacho de monte entró al ejército. Gracias a sus cualidades de
pelotero se le abrieron las puertas de la Academia Militar en 1971. Cuatro años
después se graduó como subteniente y licenciado en ciencias y artes militares,
con un diploma en contrainsurgencia, con una brújula que marcaba como su norte
el rumbo del camino revolucionario.
Su toma de conciencia
fue un proceso largo y complejo, en el que se combinaron lecturas, conocimiento
de personajes claves y acontecimientos políticos en América Latina. En uno más
de los episodios de realismo mágico que marcaron su vida, en 1975, en un
operativo el subteniente Chávez encontró en la Marqueseña, Barinas, un Mercedes
Benz negro escondido en el monte. Al abrir el maletero con un destornillador se
topó con un arsenal subversivo compuesto por libros de Carlos Marx y Valdimir
Ilich Lenin, que comenzó a leer.
En la forja de sus
actitudes políticas influyó, decisivamente, su hermano mayor Adán, militante
del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). También su participación en
un experimento educativo de las fuerzas armadas llamado Plan Andrés Bello,
preocupado por brindar a los militares una formación humanista. De la misma
manera, fue clave en su formación política el descubrimiento de Simón Bolívar y
la voracidad intelectual de Chávez, que lo condujo a leer cuanto documento
encontró sobre la biografía y el pensamiento del prócer. Más adelante sería
definitiva en él la influencia de Fidel Castro, a quien trató como si fuera su
padre.
El derrocamiento de
Salvador Allende en 1973 le provocó un gran desprecio hacia los militares de la
cuña de Augusto Pinochet, tan extendidos en América Latina. Por el contrario,
el conocimiento de la obra del panameño Omar Torrijos y del peruano Juan
Velasco Alvarado le mostró la existencia de otro tipo de fuerzas armadas de
vocación nacionalista y popular, tan diferentes de los gorilas formadas en la
Escuela de las Américas.
Rebelde ante el
atropello, descubrió en servicio los abusos y la corrupción de sus mandos, y
como pudo los enfrentó. “Yo vine a Palacio por primera vez –contaba Chávez– a
buscar una caja de whisky para la fiesta de un oficial”. Para removerlos, en el
aniversario de la muerte de Simón Bolívar en 1982, un pequeño grupo de
oficiales del cuerpo castrense, entre los que se encontraba Chávez, hizo el
juramento de Samán de Güere, en el que fundaron el Movimiento Bolivariano
Revolucionario 200 (MBR200).
Casi siete años más
tarde se produjo un levantamiento espontáneo de los barrios pobres de Caracas
en contra de las medidas de austeridad del gobierno de Carlos Andrés Pérez. El
caracazo fue sofocado a sangre y fuego. La rebelión popular dio un gran impulso
al movimiento de los militares bolivarianos.
En 1992, Chávez y sus
compañeros se levantaron en armas. La asonada fracasó y Chávez fue a prisión.
Frente a los medios de comunicación asumió la responsabilidad. Su popularidad y
ascendencia política a partir de entonces fueron en ascenso. Al salir libre su
presencia política creció aceleradamente ante el colapso del sistema político
tradicional. En las elecciones presidenciales de 1998 triunfó con votación de
56 por ciento. A partir de ese momento nadie lo pudo parar. Una y otra vez ganó
casi todos los comicios y referendos en los que participó, al tiempo que
sobrevivió milagrosamente a un golpe de Estado y un paro petrolero.
A lo largo de los casi
14 años que condujo el Estado venezolano, el teniente coronel refundó su país,
lo descolonizó, hizo visibles a los invisibles, redistribuyó la renta
petrolera, abatió el analfabetismo y la pobreza, elevó increíblemente los
índices de sanidad, incrementó el salario mínimo e hizo crecer la economía. Al
mismo tiempo, y en la pista internacional, fortaleció el polo de los países
petroleros por sobre las grandes compañías privadas, descarriló el proyecto de
un área de libre comercio para las Américas impulsado desde Washington, creó un
proyecto alternativo de integración continental y sentó las bases para un
socialismo acorde al nuevo siglo.
Hugo Chávez fue un
formidable comunicador, un incansable contador de historias, un educador
popular. Sus relatos, herencia de los cuentos que Mamá Rosa le obsequiaba en su
infancia, mezclaban historia patria, lecturas teóricas, anécdotas personales,
con frecuencia en tiempo presente. En todas ellas el sentido del humor estaba
presente. “Si tu mujer te pide que te eches por la ventana –jugaba jocoso– es
hora de que te mudes a la planta baja…”
Sus narraciones
seguían el modelo clásico de las sonatas musicales, en el que dos temas
contrastantes se desarrollan en tonalidades vecinas. En sus discursos echaba
mano por igual de la poesía y el canto. “Yo canto muy mal –se justificaba–,
pero, como dijo aquel llanero, Chávez canta mal, pero canta bonito”, para, a
continuación, interpretar una canción ranchera o una balada.
Antimperialista,
antineoliberal, comenzó a hacer el milagro de construir los cimientos de la
utopía en un país que imaginariamente estaba más cerca de Miami que de La
Habana. Llanero de pura cepa, fabulador incansable, Chávez soñó revivir el
ideal socialista cuando muy pocos querían hablar de él. Y lo hizo, para no
traicionar nunca su infancia de niño pobre de Sabaneta.